sábado, 16 de agosto de 2014

La noche en Berlín I

Me llamo Raynard Müller y nací en Berlín en 1964, una ciudad dividida 3 años antes. Vivía con mi familia al este del gran muro. Mi padre trabajaba para el gobierno soviético y me inculcó su ideología desde que era un chiquillo, aunque yo deje de ser influenciable muy pronto para su descontento. Muchos alemanes le consideraban un traidor a su patria y yo empecé a preguntarme el porque a una temprana edad.

Una noche, el día de mi décimo cumpleaños, volví a casa un poco más tarde de lo habitual porque mi madre me había dejado quedarme a jugar al fútbol con uno de mis mejores amigos. Volvía muy contento y lleno de barro como siempre, sabía que se iba a poner hecha un basilisco peroaquella noche no me importaba. Cuando llegué a casa todo estaba muy silencioso, era rarísimo, mis padres eran dos personas que se pasaban el día discutiendo y que se hablaban gritando para cualquier cosa. Mi madre era una persona muy buena y tranquila, mi padre era el único que conseguía sacarla de sus casillas, aunque era un don que no solo desarrollaba con ella, solía poner de los nervios a casi cualquier persona con la que hablaba; otra de las razones para que no gozara de mi simpatía. Fui a la cocina y vi la cena preparada, pero aún no había aparecido nadie para recibirme. Cogí el plato y me dirigí a la mesa del salón para sentarme a esperar a mamá. Cuando entré no pude evitar que el plato resbalase de entre mis dedos y cayese haciéndose añicos contra el suelo y esparciendo su contenido en todas direcciones. Pasé un largo rato allí de pie sin poder dar un solo paso. En cuanto mis músculos volvieron a funcionar corrí hacia el cuerpo inmóvil de mi madre, me puse de rodillas y la abrace sin saber que sentir en mi interior, me apoye contra su pecho y entonces las lágrimas empezaron a caer por mi mejilla sin control. Unos gritos desgarradores salieron de mi garganta mientras lloraba desconsoladamente sobre el cuerpo inerte de la mujer mas importante de mi vida, la suplicaba que me hablara, que volviese a llamarme “meine kleine” con su suave y dulce voz. Pero jamás volvió a pronunciar una sola palabra.

Poco a poco, mientras mis lágrimas empapaban el pálido rostro de mi madre, la tristeza comenzó a convertirse en rabia y en odio. Yo sabía que no podía haber otro culpable más que uno, alguien que casualmente no se encontraba allí cuando debería hacerlo. Me fui de casa antes de que llegasen las autoridades pertinentes. Dejando la casa de mi niñez atrás, con 10 años recién cumplidos, me perdí por las calles de Berlín, huérfano y con un único sentimiento, la venganza.


-Ich werde meinen Vater töten.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

2ª parte ya

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