Pasé los días siguientes deambulando por las estrechas y
sinuosas callejuelas de aquella Berlín dividida, hasta que la debilidad de
aquel cuerpo infantil empezó a agravarse. Apenas había probado bocado desde el
incidente. El sentimiento de venganza me alimentaba, me guiaba, me permitía
seguir vivo en un mundo destrozado y carente de sentido; pero empezaba a cruzar
los límites de la inanición.
A regañadientes me obligué a volver a casa después de una
búsqueda nada fructífera, al menos para coger un poco de comida y tomar el
camino de una nueva vida, la vida del vagabundo. Cuando estaba a pocos metros
de la entrada vi que unos cuantos hombres salían de dentro, parecían policías,
era lógico, pero no caí en la cuenta de aquello hasta que lo tuve delante de
mis narices. Decidí ir por la parte de atrás, mi casa gozaba de un amplio
jardín, pocas casas lo tenían. Podría considerarse que eramos afortunados, una
familia adinerada gracias al alto, aunque no por ello menos cuestionable,
puesto de mi padre en el gobierno de la ciudad. El caso es que el jardín era
una zona amplia por la que sería fácil colarse pasando desapercibido.
Al llegar a la parte trasera me asomé por el resquicio de la
puerta para ver si había alguien en la cocina. No me sorprendió lo que vi, sino
lo que comencé a sentir. Separé poco a poco la mano del marco y la giré para contemplar
con terror aquel líquido rojo que resbalaba viscoso y goteaba contra el suelo.
Al apartarme sobresaltado me di cuenta de que todo estaba lleno de aquel
liquido, era una visión espeluznante.
Me aventuré al interior de la vivienda. Ya en su interior oí voces que provenían del salón. Llegué, observé y escuché desde el umbral.
- -Otra víctima más en el mismo lugar. Ya van tres
contando con la mujer.
-
- - Mis hombres no quieren seguir vigilando esta
zona- comentó una segunda voz-. Les he mandado a sus casas, ahora está solo.
El primer hombre hundió el rostro entre sus manos y alzó la
mirada hacia donde me encontraba. Al distinguirme entre las sombras esbozó una
pequeña sonrisa de suficiencia.
- Mira quien tenemos aquí, eres el pequeño Raynald,
¿verdad? Nos preguntábamos donde te habías metido.
Se hizo un silencio
tenso que el mismo se encargo de romper.
- -Vamos acércate- dijo haciendo un ademán con la
mano, invitándome a entrar en mi propio salón.
Al cruzar el umbral la luz de la habitación me inundó los
ojos. Reconocí al segundo hombre, era el jefe de policía, un hombre con un
cuerpo que era el vestigio de la fuerza que había gozado en su juventud y un
bigote imponente que hacía juego con su cara de pocos amigos. El otro, el de
las palabras “amables”, era un completo desconocido. Aun así no era ninguno de
los dos hombres el que atraía mi atención sino un tercero que se encontraba
tumbado en el sofá, con la mirada perdida y la piel más pálida que había visto
jamás.
- - ¿Dónde está tu padre, chico?
- - Ich möchte auch wissen.
1 comentarios:
A este paso, como no publiques el resto me lo invento yo eh? Sólo lo dejo caer...
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