El cielo
plomizo se abre sobre mi cabeza. Las gotas de lluvia se estrellan contra la
verduzca hierba que voy pisando con los pies descalzos, y el aire fresco,
cargado de olor a tierra mojada, me llena los pulmones. No puedo evitar sonreír.
Es una pena
que los humanos estemos poco a poco destruyendo esto, sustituyéndolo por
gigantes metálicos y grises en los que fingimos ser felices. A veces, hasta nos
engañamos a nosotros mismos, creemos que el campo nos hace volver atrás, que
necesitamos todas esas cosas que la naturaleza no nos da. Asesinamos,
torturamos, robamos, pisoteamos los sentimientos hasta que el mundo acaba
siendo un complot de mentiras, sexo y vicios. De momento mantenemos un poco el
control, pero dentro de unos años… No sé qué ocurrirá dentro de unos años. Tal
vez tengamos que ir con nuestras mascarillas generadoras de oxigeno a museos en
los que se conserven los únicos fragmentos de tierra limpia y pura.
Tal vez
terminemos de dar la espalda a los sentimientos y dejemos de ser animales para
convertirnos finalmente en humanos.
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