Entro por la
pequeña puerta de madera desgastada, y recorro un angosto pasillo apenas iluminado,
para llegar a una pequeña habitación de paredes grises. En el centro de la sala
hay una pequeña mesa de cristal. Las patas doradas se ven desgastadas,
carcomidas por el tiempo, y algo torcidas. Enfrente de la mesita hay un sofá de
color verde chillón al que se le sale el relleno por un agujero de los brazos.
Una televisión antigua con la pantalla rayada, y con los cables sueltos está
situada en frente, encima de un mueblecito de café pequeño y que visto en una
tienda no parecería aguantar el peso del electrodoméstico.
Suspiro y
aprieto el puño de la mano derecha mientras miro a la chica del sofá. Tiene los
ojos cerrados, y una sonrisilla en los labios, de esas que se te quedan antes
de dormir o cuando estás en dimensiones paralelas. El pelo rubio y rizado le
cae sobre los hombros hasta la cintura, cubriendo la camiseta blanca de
tirantes. Pienso en cuando éramos niños y jugábamos en el jardín de su casa, en
el columpio que construyó su padre. Pienso en la niña ricitos de oro y dientes
montados para evadirme de la realidad que tengo delante. Suspiro de nuevo.
— Kate.
Ella se
limita a abrir el ojo izquierdo y a ladear un poco la cabeza para mirarme. Sonríe
un poco más cuando me ve, y se deja caer sobre el brazo del sofá. Está tan
delgada que se le marcan todas las costillas. Sus pómulos altos parecen escapar
de su cara en contraste con las mejillas y las cuencas de los ojos hundidos.
—
Daaaaaaaaave… ¿Qué haces aquí? —Me tiende la mano y se echa a reír.
— Vengo a
llevarte a casa. — La cojo la mano y me pongo de cuclillas para que mi cara
quede a la misma altura que la suya, y la miro a los ojos. Ella niega con la
cabeza y esboza otra sonrisa enseñando el hueco del diente que la falta. —No
puedes seguir así. Tienes que volver.
—No digas tonterías.
Sabes… —Parece recuperar la consciencia un momento y parece ponerse seria. —
Sabes que solo soy feliz con la nieve.
Sacudo la
cabeza y noto como se me parte el corazón cuando me suelta la mano y empieza a
reír a carcajadas agitando las piernas golpeando el cristal de la mesa, tirando
al suelo la tarjeta de crédito, y esparciendo los pequeños restos de polvo
blanco.
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