Se despertó con los primeros rayos del crepúsculo y, como cada mañana, sin hacer nada antes, se dirigió a su ventana.
Llevaba años esperando frente a ella a que llegara, eufórica. Cada día era un día nuevo. Siempre cogía su reloj de arena para "controlar el tiempo", vuelta tras vuelta... tras vuelta... y así, con cada grano de arena caído, pasaba el tiempo, sin que ella pudiera detenerlo.
Una mañana al fin le vio a los pies de su ventana, era un chico guapísimo, vestido entero de negro y con una naturaleza que le atraía y, a la vez, le aterraba. Desvió un poco la mirada y, acto seguido, se encontraba allí junto a ella.
Se sentía genial apoyada en su pecho, él la acariciaba y la besaba mientras dormía, nunca se había sentido mejor. Mientras, el reloj había dejado de girar... hace ya mucho tiempo.
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lunes, 21 de julio de 2014
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